Raiatea la cuna de la civilizacion Maori, una isla que en realidad son dos unidas por istmo y que sorprenden por sus bellezas naturales, que salen del esquema turístico de la Polinesia. Creo que pueden gustar o no, sin términos medios. Sin grandes hoteles ni restaurantes de lujo, a la excepcion de uno en Taha’a, estas islas se deben ver para conocer el lado salvaje de la polinesia francesa, para ver el día a día de una vida insular.

Antes de decidirnos por Raiatea nos pasaron por la cabeza y por el presupuesto: Rangiroa y Tikehau. Soñabamos con ir a Rangiroa, pero las opiniones sobre los alojamientos y el precio nos hicieron desistir. No niego que el paisaje de estas dos islas debe ser maravilloso, pero si hay algo que admiramos en Polinesia es la combinación de montañas y mar que resulta increíble, y no es el caso de esas dos que son atoles, y al final solo lenguas de tierra en el mar, bellísimas sin duda, pero lo abrupto de las montañas polinesias cautiva pero que mucho.

Decidimos Raiatea porque estaba ya incluida en el pass del avión, porque la habíamos visto desde el avión en nuestro viaje anterior y nos pareció impresionante, porque queríamos conocer la cuna de la cultura Maori y bueno, cualquier cosa más que se atravesara en el camino. La verdad no esperábamos un mar fantástico ni un snorkeling de maravilla e íbamos mentalizados para ello.

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Llegando a Raiatea

Nuestras primeras impresiones de Raiatea

Al llegar al aeropuerto nos sorprende el volumen de gente, el movimiento, diez veces mayor que el de Moorea. Hay músicos en el aeropuerto y una chica que da una flor a los que llegan, pero había tanta gente que ni logramos verlos, solo los escuchamos. Divisamos una enorme chica polinesia con un letrero que lleva nuestro nombre. Nos abraza y nos da un beso como si nos estuviera recibiendo un amigo. Nos dice de esperar, mientras, le damos un ojo rápido a la tiendita de souvenirs.

La chica a va a buscar su minivan que tiene cubiertos los asientos con una tela azul con impresos blancos gigantescos de flores polinesias, muy bonito, el aire acondicionado funciona de maravilla. ¡Que bueno!, porque hace un calor insoportable y húmedo, y aun no conocíamos a cuanto podía llegar el calor.

El camino no fue ni muy rápido ni muy largo, íbamos viendo por el camino lo que podía ser Raiatea. No sabíamos mucho qué esperar. Se veía en todo caso una vegetación super exuberante, verde por todos lados, flores de Tiaré a profusión.

Así llegamos al hotel; el Raiatea Lodge, nos dijeron de no ocuparnos del equipaje, que ellos lo harían. Nos recibió una chica super enérgica, ella nos explicó todos los temas del hotel: horarios de desayuno y cena, si necesitábamos excursiones o autos, lo que podíamos hacer, en fin, todo.

Luego nos condujeron a la habitación, que estaba, bien y cómoda, espaciosa. La única peca para mí, era el baño, un poco básico y que no permitía hacerse una ducha de manera cómoda, debido a que la ducha es abierta y la regadera esta mal ubicada. Para no hacer un lago en el baño, hay que hacerse la ducha casi pegado al muro. Aparte el recibidor de agua en plástico daba mala impresión, y le bajaba categoría al baño.

Después de instalarnos y poner a funcionar el aire acondicionado para poder luchar contra el calor que hacía, nos fuimos a caminar y ver el famoso pontón del que todos hablaban. Ufff!!! la vista del atardecer con Bora Bora al fondo era precioso.

La playa no nos cautivó de primeras, también con la luz del atardecer es difícil captar los verdaderos colores, pero vimos en la punta del pontón, una gran variedad de peces a simple vista.

La primera noche comimos en el restaurant del hotel, que tiene muy buenas opiniones. No sé si por las maravillosas opiniones esperábamos muchos más, o la verdad en Moorea comimos tan pero tan bien, que quizás teníamos la barra de evaluación muy alta.

En todo caso la comida estuvo bien, pero no nos sorprendió, ni nos marcó particularmente. Aparte esa noche hacia un calor infernal que podía poner de mal humor a cualquiera, y de esos que quita las ganas de comer. Sin contar los mosquitos que nos comían con más apetito y entusiasmo del que teníamos nosotros mismos.

Hoy conoceremos La isla de la vainilla: Taha’a

Al día siguiente teníamos programada una excursión a Taha’a con Arii Moana Tours. Nos recogían a las 8 de la mañana en el pontón frente al hotel, allí nos instalamos y puntuales llegaron ya con otra pasajera, Francesca, una chica italiana que extrañamente para ser la Polinesia, viajaba sola. Nos subimos a la lancha, y poco después llegaron un grupo de señores franceses que descubriríamos luego que también se alojaban en el hotel y que resultaron super simpáticos. Éramos solo 7 personas y eso hizo la excursión super convivial.

En principio, navegamos como durante 20 minutos hasta la Granja de Perlas en Taha’a, allí ves a la gente trabajando las ostras, limpiándolas, haciendo los injertos. Un chico del lugar te explica el proceso, mientras lo ves al mismo tiempo. Después te muestra las diferentes etapas de la creación de una perla, ya sobre la playa, cerca de una casa de tipo colonial, muy bonita, donde con una chica (española por cierto) se aprenden otras cosas ligadas al diseño de joyas y a la clasificación por calidad de las perlas.  Ves tantas que provoca llevártelas como arroz (si no fueran tan costosas!).

Después de la granja perlera, navegamos hasta el jardín de Coral de Taha’a, y ya llegando se ve el cambio de colores. Allí disfrutamos de un tiempo magnifico, después que una ligera lluvia nos refresco durante la charla sobre las perlas que tuvo lugar en la playa de la granja, ahora teníamos un cielo azul que nos dejaba ver la silueta de Bora Bora al fondo con total claridad.

taha'a

Julien, nuestro guía, nos explicó que para nadar a través del jardín de coral, teníamos que ir hasta la entrada del océano en la barrera, lo que en francés llaman ‘passe’. Que iríamos a pie hasta allí, y que si lo necesitábamos él nos guiaría, literalmente cargados, a través del canal.

A mi la cosa me sonaba complicada, aparte que le tengo un miedo que no digas a cortarme con el coral, y a medida que avanzábamos por la orilla ya comenzaba a acojonarme. Miraba ese canal repleto, pero repleto de coral y me preguntaba por dónde pasaríamos. Así llegamos al punto de partida, la entrada del océano a través de la barrera. El agua prístina, pero es que la corriente era impresionante, como un rio. Julien nos dijo a mí y a Francesca, de flotar en el agua, y que él nos arrastraría a través del canal. Uuhhh a veces pasas tan cerca de los corales. A mi aparte me entro agua dos veces en la máscara, pero luego entendimos que es porque no compramos el tamaño correcto.

A pesar del miedo a los corales, la belleza es tal, que te puedes quedar solo contemplando y admirando lo que la naturaleza ha hecho. Dejarte llevar por el guía es lo mejor, pues no piensas mucho en el recorrido y vas viendo cada pequeño rincón donde se esconden las decenas de pececitos de todos colores y tamaños. La diversidad es increíble, y creo que es una de los lugares donde vimos más variedad de peces.

Después de recorrer el canal de coral, nos dejan tiempo para que nademos libremente cerca del barco y podamos seguir haciendo snorkeling. Yo disfruto de seguir viendo peces en esa agua extraordinariamente cristalina. Luego nos invitaron a tomar algo en el barco, y nos anunciaron que en algunos minutos partiríamos, rumbo al lugar donde almorzaríamos.

Y así, con los ojos llenos de colores, nos fuimos navegando a un motu donde se encuentra la pensión Atger. Allí sería el almuerzo, debíamos esperar el grupo de la otra excursión y lo hicimos tomando fruit punch y cervezas. Hasta que finalmente presentaron la comida que consistía en un buffet à volonté: poisson cru, pan de coco, camarones, arroz, fideos, un pescado al horno en una salsa de vainilla que era una poesía… en términos de comida no faltaba nada y se podía comer a profusión.

El momento de la comida fue bien agradable, conversamos mucho con nuestros compañeros de viaje. Hicimos un poco los traductores entre Francesca y el grupo de franceses. En fin entre conversas y platillos, también bebimos bastante. Un ligero descanso y seguíamos nuestra excursión, esta vez con la visita de una plantación de vainilla. Ya a este punto deben haberse dado cuenta que la excursión es super completa y realmente dura el día entero, así que hay que irse con mucha energía para disfrutarla.

Entre bromas por algunos vasos de más de Planteur, y sus posibles consecuencias por el bamboleo del barco, zarpamos de nuevo, rumbo al lugar donde veríamos la plantación de vainilla. Esta vez Julien nos dejó ir con la chica que le acompaña en el barco. Caminamos un corto trayecto entre el pequeño muelle y la entrada hacia la plantación, que era un camino de tierra bordeado de cantidad de árboles de flores de Tiaré y Frangipanier, me di gusto tomando algunas para admirar su fragancia y usarlas de ornamento en mis cabellos.

Mientras más caminábamos al olor de las flores se unía el de la vainilla de manera impresionante. Y allí al fondo del camino una gran mamá, como le llaman en polinesia, nos esperaba para explicarnos los secretos del cultivo y cosecha de su precioso tesoro. Una vez más llovió un poco durante la charla, pero no caía mal visto el calor que hacía. Mientras contaba todo, yo no dejaba de admirar la vegetación de una profusión y un exotismo sin límites, verde desafiante, y con plantas que parecen crecer unas sobre otras, salpicada de flores de todo tipo y color. Se te calma el alma solo estando allí a contemplar.

Al final también nos mostró como se obtiene el aceite de tamanu, bastante efectivo para tratar las picadas, pero con un olor poco agradable. Hay que decidir entre el olor y el fastidio que puede generar una picada de nono.

En el sitio se puede comprar obviamente la vainilla que hacen allí, el aceite de tamanu, y también tienen pareos artesanales (los verdaderos hechos a mano). Todo tiene el mismo precio o ligeramente un poco más barato que lo que se puede encontrar en el mercado de Tahití, así que vale la pena hacer algunas compritas. Prever efectivo porque no hay posibilidad de pagar con tarjeta.

Una vez terminada nuestra visita y compras tomamos rumbo de regreso al barco, ya el sol comenzaba a menguar. Navegando de regreso a Raiatea, nos dijimos que habíamos tenido una jornada maravillosa y muy rica de encuentros, de descubrimiento, y de cosas bellas. Realmente estuvimos muy satisfechos de esta excursión.

Nuestros compañeros de excursión nos habían dicho que en la noche habría un espectáculo de danza en el lobby del hotel Raiatea Lodge. Luego de bañarnos comenzamos a sentir los tambores polinesianos y no tardamos en bajar.

Nos encontramos con una profusión de colores y flores, en cuando me sentém vino una señora a ponerme una pulsera de flores naturales. Fue algo muy lindo, inclusive bailamos con ellos.

A la búsqueda de los orígenes de la cultura Maori

Hoy nada de playa, no es el plan, y menos mal. Algo no se han bien digerido en mi estómago de todo lo comido el día anterior y no estoy nada bien, y el calor parece intensificar los síntomas. Pero nada me va a parar, y vamos a ir a explorar la parte sur de Raiatea y conocer uno de los Maraes más importantes para la cultura Maori, según cuentan es el origen de todos los demás, y de éste  debe tomarse una piedra (ofai faoa) para poder fundar un nuevo marae y que se considere sagrado.

Este marae considerado el más grande de la Polinesia y cuyo nombre es Taputaatea (en español parece que te estuvieran insultando)  es Patrimonio Mundial de l’UNESCO desde Julio de este año (9 de Julio de 2017 para ser exactos).


Después de pasar un buen rato explorando el marae y leyendo sobre la historia poco conocida de este tipo de lugares, continuamos nuestro camino en la única ruta que rodea Raiatea, la idea era darle la vuelta completa. Según dice la leyenda se debe entrar descalzo a la zona sagrada del marae y así lo hicimos, ufff pero que sufrimiento caminar sobre el suelo que era una mezcla entre grava y coral picado. Pero como no queriamos pillarnos la mala suerte que dicen es el castigo de lo que entran calzados, pues toco sufrir por si las dudas!!

Raiatea

Así fuimos remontando a una parte desde la cual se tiene una bonita vista del Lagoon de Raiatea, una lastima que el día no estaba muy claro.

Ultimo día en Raiatea y partida a Bora Bora

Hoy se inicia con lluvia, tanta lluvia, mientras desayunamos vemos caer la lluvia, y bueno, no nos preocupa más de tanto porque viajaremos a Bora Bora a final de la tarde y nos va bien descansar. No teníamos pensado movernos mucho.

El propietario del hotel nos permitió dejar el cuarto más tarde de lo previsto para que podamos tomar el tiempo necesario para prepararnos. Así que nos decimos que tenemos tiempo de hacer snorkeling en el pontón cuando la lluvia haya cesado.

La experiencia de este snorkeling sobrepasó nuestras expectativas, si bien el agua no es de aquellos azules eléctricos que se pueden ver en Bora o Moorea, hay mucha visibilidad y la cantidad y variedad de peces es impresionante. El final del pontón esta en el borde de un arrecife, justo allí el agua se hace más profunda y pueden verse peces de todo tipo y en gran cantidad.

Cuando nos íbamos nos prestaron un cuarto de tránsito para cambiarnos y ducharnos, aquí sí que la ducha era magnifica, mil veces mejor que la de la habitación, hubiésemos querido que hubiese sido como ésta.

Y estamos más que listo para regresar al paraíso: Bora Bora!

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